El malestar. La paradoja de la escasez en un mundo abundante.
Si hace 40 años los camareros soñaban con que sus hijos fueran abogados, hoy los abogados tienen pesadillas con que sus hijos terminen de camareros.
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Este artículo es parte de “Plutonomics”, una serie que pretende arrojar luz sobre el que quizás sea el mayor problema de la sociedad actual: el colapso del modelo de vida del siglo XX y la emergencia de una nueva realidad, aun por iluminar. El objetivo de estos artículos es servir de base teórica para un libro generalista que tengo entre manos y en el que no podré profundizar esta precisión en este tema. Para recibir las siguientes entregas en tu buzón de email, no dejes de suscribirte!
El malestar. La paradoja de la escasez en un mundo abundante.
10 predicciones sobre lo que ya está ocurriendo (Próximamente).
Plutonomics. Por una nueva ciencia sobre la satisfacción de las necesidades humanas.
En la primera entrega de esta serie vimos como, desde la extensión de Internet, los seres humanos cada vez resolvemos más necesidades a través de bienes abundantes. Como la economía no se ocupa de ese tipo de bienes, salvo cuando su producción requiere bienes escasos, la percepción que tenemos es que la economía está encogiendo. Esta es la respuesta a eso que los economistas han llamado “the productivity puzzle”, el enigma de la productividad: cada vez hay más cosas que ya no se hacen en el campo de la economía, sino en una esfera distinta, la plutonomía.
Y, sin embargo, queda por resolver una paradoja: ¿Cómo puede ser que en el momento más abundante de la historia tengamos esta acuciante percepción de precariedad? ¿Cómo es posible que cuando más necesidades cubrimos con bienes abundantes, se haya extendido este malestar? Si la gente cada vez disfruta de más bienes sin coste, ¿por qué tiene esa percepción de escasez?
El capital en la era de la plutonomía
Los bienes abundantes que se producen de manera distribuida requieren muchísimo menos capital que los bienes privados. Cuando los teléfonos móviles sustituyeron 20 o 30 dispositivos físicos de golpe, los bancos sustituyeron las sucursales por aplicaciones móviles y las plataformas de streaming reemplazaron las tiendas de alquiler de DVDs, las empresas que se dedicaban a estos negocios dejaron de necesitar inversiones para poner oficinas y establecer grandes infraestructuras manufactureras. Con cada reemplazo de un bien material y escaso por uno inmaterial y abundante se hacían necesarias menos inversiones. Como consecuencia, las inversiones privadas en capital productivo han descendido un 80% en 40 años. El dato es sobre las empresas cotizadas en EE.UU., pero no cuesta imaginar que sea extensible a otros países.
Como han explicado prolíficamente distintos autores (Schumpeter, Minsky, Arrighi), cuando el capital no encuentra suficientes oportunidades en el tejido productivo, o se vuelve ocioso, o se financiariza -como ocurrió en la burbuja de las subprime hasta 2008- o, como está ocurriendo en estos momentos, se vuelve especulativo.
Así es como resulta que en 2025 dos tercios de toda la riqueza global se encuentren en el mercado inmobiliario (1)(2). Es decir, la mayor parte de lo que entendemos por “riqueza” no está en el tejido productivo: no crea nuevos bienes ni nuevos servicios, sino que está “inmovilizado” en bienes inmuebles. Y lo que es todavía peor, la mayoría del “crecimiento” de la riqueza desde el año 2000 no responde a la creación de nuevas formas de valor, sino a la revalorización de esos activos inmobiliarios.
Alguien podría argumentar que no es relevante si la economía produce valor por una vía o por otra, siempre y cuando ese crecimiento se redistribuya después. Y que lo que estamos viendo en las últimas décadas es un problema de redistribución que tiene motivos ideológicos. En otras palabras: que lo importante es repartir la riqueza, no quién la genere.
Pero la economía no es fundamentalmente un sistema de producción y distribución, sino que es un sistema moral. Por esa razón no asignamos recursos aleatoriamente, ni los distribuimos de cualquier manera. Retribuimos a aquellos actores que producen riqueza y bienestar para la sociedad porque entendemos que así creamos un círculo virtuoso donde se genera más valor, más riqueza y más bienestar.
Y esto es así para todas las ideologías. Las diferencias entre la izquierda y la derecha giran en torno a quién produce valor -si los empresarios o los trabajadores, si los inversores o los cuidadores- pero todo el mundo comparte que debemos retribuir a quien más bienestar genera
Y lo que está ocurriendo es que se han pervertido los mecanismos morales que guían la retribución y la asignación de valor. Premiamos a actores no productivos mientras ignoramos a aquellos que están innovando y creando riqueza y bienestar en el siglo XXI. Ninguna ideología puede hacer un relato del valor de los caseros en el mundo porque es muy evidente que no producen ninguno.
Por esta razón es urgente reconocer este fenómeno de la plutonomía: para recomponer una estructura moral en la asignación de valor en la sociedad no ya que sea justa… yo me conformaría con que fuera funcional. Y no se puede establecer un mecanismo de atribución de valor ignorando el número cada vez mayor de bienes que se producen fuera de la economía.
Queda por responder otra pregunta. Si la economía que conocíamos, la que todavía nos imaginamos, con sus fabricas de bienes y prestaciones de servicios, se ha reducido a la mínima expresión y una parte muy importante de lo que llamamos economía hoy es un Monopoly global que no produce nada… ¿Entonces por qué se revalorizan los activos? ¿Por qué no se va todo el mundo a vivir al campo o a una ciudad más pequeña y pierden valor los inmuebles?
Los nuevos recursos naturales
Hay un instinto básico de supervivencia que lleva a los seres humanos a concentrarse en torno a los recursos que nos permiten vivir. Es un comportamiento que podemos observar desde los primeros asentamientos en el Eufrates hasta hoy. Por eso durante la era industrial se produjo un desplazamiento de la población del campo, que producía menos recursos, a los nucleos industriales.
El diseño urbano del mundo siguió este patrón y empezaron a surgir ciudades de distintos tamaños especializadas en una o varias industrias que aglutinaban población por las economías de escala.
Pero los bienes abundantes no se producen en las fábricas, sino en la interacción social. Así, las ciudades se han convertido en las factorias de valor del siglo XXI. Son las nuevas fábricas o, mejor, son los nuevos recursos naturales de los países. Con sus universidades, sus clases creativas, su mezcla de culturas y la convergencia de capital, trabajo cualificados y emprendedores, las ciudades son el nuevo petroleo. Y las personas que quieren tener éxito en la plutonomía tienen que estar allí donde se encuentran el mayor número de personas y las más inteligentes, igual que en la economía tenían que estar donde estaban las fábricas.
En paralelo, la concentración de población hace que los inmensos sectores servicios de las economías avanzadas tengan que estar allí donde está la gente, acelerando la convergencia.
Como consecuencia, en las últimas décadas se ha producido un desplazamiento masivo de la población hacia las grandes -grandísimas- ciudades. La población urbana ha aumentado del 37,3% en 1975 al 55% en 2018, con una tendencia creciente que proyecta alcanzar el 66% en 2050.
Fuente: Our world in data
Y, si bien la economía de la segunda mitad del siglo XX dio lugar a ciudades de tamaño mediano y grande, la actual tendencia a la concentración urbana reúne a la mayoría de la población en torno a muchos menos nucleos. Un número cada vez más elevado de personas en cada país se concentra en una única ciudad.
Exactamente igual que en el pasado el capital se ha movido a los recursos naturales que eran valiosos en cada momento para captar una retribución, en estos momentos se está concentrando en los recursos naturales del siglo XXI: las ciudades. La diferencia es que si antes era un capital productivo -porque el petroleo o el carbón había que extraerlos de la tierra y eso requería grandes inversiones-, en esta ocasión el capital no puede invertir en estos nuevos recursos naturales, porque los bienes abundantes no son invertibles. Como hemos visto, se producen y se consumen de manera distribuida.
Por eso lo que estamos observando es un nuevo ciclo donde el capital se está volviendo no solo especulativo, sino rentista. No produce valor, pero lo captura. Busca en las ciudades activos que ofrezcan unos flujos de caja cuasi-garantizados y los encuentra en los únicos lugares que parecen ser una fuente segura de rentas: las infraestructuras y el alquiler.
Por esa razón, desde 1985, el precio de la vivienda se ha multiplicado por 12 en Londres, por 6 en Nueva York, por 7 en París y por 4 en Madrid o Barcelona.
El dato relevante, que serviría como proxy para entender qué parte de la vida económica está devorando la vivienda, sería el porcentaje de los ingresos de toda la vida que dedican las personas a pagar alquiler primero y una vivienda en propiedad después. Es muy probable que ese porcentaje se haya multiplicado por 10 para muchos grupos sociales en los últimos años.
Además de la vivienda, las infraestructuras -las redes de transporte, energía, comunicaciones y otros servicios- se han convertido en el refugio del capital, porque también son capaces de capturar la riqueza que se produce en las ciudades en forma de rentas.
Hay que recordar que ni las infraestructuras ni la vivienda son mercados al uso. Al contrario, comercian sobre un título habilitante (ya sea una concesión o una licencia de habitabilidad) que otorgan las administraciones públicas. En otras palabras, son un monopolio que permite a quien ya tiene capital hacerse con el control de los precios de un bien o, directamente, ser el único autorizado a prestar un servicio en un territorio.
En definitiva, lo que estamos viendo es una distorsión completa del sistema productivo que habíamos construido y que aún persiste en el imaginario colectivo. Si en el siglo XX el capital hacia posibles nuevos bienes y servicios y creaba, como subproducto, empleos estables que permitían acceder a una vivienda, hoy nos encontramos con el mundo patas arriba: el valor se produce fuera de la economía. Mientras tanto, los buenos empleos escasean cada vez más y, en lugar de facilitar la compra de una vivienda, una parte ingente de los salarios termina retribuyendo a un capital que ya no contribuye, sino que simplemente extiende la mano para llevarse el valor creado por otros.
Nos estamos acercando cada vez más a un sistema feudal donde las personas, para tener un sustento, tienen que derivar una parte sustancial de sus ingresos al propietario del lugar donde necesitan vivir. Mientras tanto, el capital se está comportando como un mecanismo extractivo del valor plutonómico que se produce en las ciudades. Es un capital rentista (Si te interesa este tema, aquí expliqué por qué la inversión inmobiliaria se comporta igual que Bitcoin)
Solo desde la maraña de intereses creados en torno a que el capital siga siendo retribuido extraordinariamente se puede explicar que todavía no se haya puesto encima de la mesa la necesidad de limitar estas prácticas monopolísticas y extractivas.
El malestar
Gracias a que la inversión inmobiliaria computa como formación bruta de capital y que las rentas del alquiler suman al PIB, todavía se pueden maquillar los datos de inversión o de crecimiento. Pero lo que no se puede maquillar es la experiencia de la gente.
Y es que de la misma manera que reduce la necesidad de capital, la extensión de los bienes abundantes tiene como consecuencia natural una disminución del empleo. Por esa razón, que es obvia a ras del suelo, en todas las utopías sobre un mundo futuro donde la especie humana ha superado la necesidad material nunca trabaja nadie. Por esa razón Keynes anticipó hace 100 años que trabajaríamos 15 horas a la semana y Rifkin y otros muchos describieron el fin del trabajo como un fenómeno casi inminente hace 40 años. En concreto, el rentismo, por su propia naturaleza en la que no crea productos ni servicios nuevos, prácticamente no genera empleo.
Pero el trabajo no termina de desaparecer nunca, ni terminará, mientras el espacio que deja la superación de esas necesidades que suplían los bienes escasos sea invadido por un incremento constante del precio de la vivienda y de las infraestructuras. Al contrario, en ausencia de esos buenos trabajos con buenas condiciones que ofrecía la economía hace 40 años, la gente se ve obligada hoy a aceptar infra empleos mal pagados, con malas condiciones y por debajo de sus capacidades.
El 25% de los graduados universitarios en Europa y el 40% en EE.UU. está sobrecualificado para su puesto de trabajo. Y lo que es peor, no ven futuro ni para ellos mismos, ni para sus hijos. Si hace 40 años los camareros soñaban con que sus hijos fueran abogados, hoy los abogados tienen pesadillas con que sus hijos terminen de camareros.
Mientras tanto, irse de las ciudades no es una posibilidad, porque la riqueza se está produciendo hoy en ellas.Así es como llegamos a la paradoja de un mundo abundante donde las personas siguen atadas a una economía de la escasez. A una economía menguante.
Sin un buen análisis que explore el problema desde fuera de la economía, en lugar de desde dentro, muchos gobiernos a izquierda y derecha tienen la tentación de empezar a hacerle la respiración asistida al sistema productivo, a ver si lo resucitan. De esto van todas esas ideas sobre la reindustrialización o que se aumenten las inversiones. Pero no servirá. Ninguna cantidad de inversión pública va a recuperar el crecimiento, no hay plan de reindustrialización que pueda parar este proceso de transición hacia los bienes abundantes porque es consustancial a la naturaleza humana y a la forma en que se distribuye el conocimiento. En los años que vienen solo vamos a ver desinflarse más y más la economía en favor de la plutonomía, a medida que otras cosas salten de una esfera a la otra.
Y mientras no sepamos explicarnos este fenómeno, las personas percibirán que hay unos grupos sociales que se lo están quedando todo: los -cada vez más escasos- buenos empleos de la economía y todas las ventajas de vivir en un mundo abundante. Cuando hablan de wokismo, esto es a lo que se refieren.
El camino hacia adelante pasa por reconocer este fenómeno, estudiarlo -ójala departamentos de plutonomía en las facultades- y reconocer que la economía ya no lo será todo nunca más. Que la era industrial fue un momento histórico que nos ha traído hasta aquí y le tenemos que agradecer unos niveles de bienestar con los que no habríamos podido ni soñar hace 3 generaciones, pero está tocando a su fin.
Y el mundo necesita urgentemente dos transformaciones:
Por una parte, como hemos visto, hay que acabar con ese mecanismo perverso por el que el capital se coloca estrategicamente en las ciudades para extraer el valor que no está generando. Porque es inmoral y porque es una sentencia de muerte para la propia economía, que está incentivando comportamientos parasitarios. Técnicamente sería muy sencillo -y no, no hace falta construir vivienda pública para esto-, bastaría con requerir una licencia para poner una vivienda en alquiler.
Por otra parte, ha llegado el momento de enfrentar, de una vez por todas, si no el fin del trabajo, al menos sí una reducción drástica de la semana laboral hasta los 4 días, o seguramente menos.
Y es que no tiene ningún sentido que una actividad -la economía- que ya no satisface todas nuestras necesidades sino una parte cada vez más pequeña, siga ocupando el 100% de la vida.
Mientras nos adentramos en un mundo cada vez menos económico, tenemos que adaptar el tiempo para dar también la oportunidad a todo el mundo de participar en la plutonomía.
Y así, empezar a contárselo a todos esos grupos de personas confundidas y enfadadas que necesitan una explicación del mundo que tenga sentido y que les de un nuevo lugar en la sociedad, más allá del trabajo y del saldo de la cuenta corriente.
Y es que muchos millones de personas ya encuentran más satisfacción en la actividad que desarrollan en la plutonomía que en la economía. La mayoría de nosotros ya tenemos una actividad no remunerada -o malamente remunerada- que nos parece que produce más valor que lo que hacemos dentro de la economía -porque es verdad.
Una agenda para el siglo XXI pasa por reconocer que esto es así y tiene todo el sentido que siga siendo. Y replantear los sistemas morales heredados del siglo XX para adaptarlos a una nueva era.
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Tus artículos son un claro ejemplo de plutonomía. Aportan valor en abundancia!
Hay un párrafo que no comparto.
Menciona que no hay ideología que haga un relato del valor del casero, ya que es evidente que no produce valor alguno. En España creo que podemos ver ejemplos de una ideología que sí da valor al casero, lo protege y premia: el fenómeno de la okupación, instigado por la ultraderecha. En verdad, el objetivo real de los ataques no es el okupa; el enemigo es el inquilino que no puede pagar, cristalizado en un término digno de neolengua: el inquiokupa. Por qué tanto bombo a todo esto, que además erosiona a la izquierda?
Si la riqueza se invierte en lo inmobiliario, es normal que el dueño de dichos bienes intenten modificar la ley para que les sea más favorable. Si tengo una tienda de teléfonos, no sólo quiero que crujan al ladrón de teléfonos del escaparate. Al final, pocas veces me pasará esto teniendo un guarda de seguridad en la puerta. Al que quiero que crujan especialmente es al que ya no puede pagar el teléfono que vendo a plazos, que al final es mi verdadero modelo de negocio porque es más rentable gracias a los intereses. Con la ventaja además de que el teléfono, en esta metáfora, no pierde valor con el tiempo, al contrario.
La única manera de lograr esto es modificando la ventana de Oberton sobre los deshaucios. El deshauciado y los que protestan (grupos vecinales, gente vulnerable) pasan a ser socialmente mal vistos: "perroflautas" con intereses ocultos que no quieren que la ancianita que ahorró toda su vida para tener un piso en alquiler pueda cobrar el dinero por el que tanto trabajó. Es un caso real que salió en las noticias, por cierto, que luego se demostró ficticio.
Hace no tanto tiempo, tener a un gropúsculo cuasi paramilitar como Desokupa sería algo impensable. Hoy, reciben los aplausos de los sindicatos policiales y actúan con su aquiescencia.
Sí que creo que hay una ideología a favor de este modelo social, en definitiva.