DeepSeek y la mutación de Silicon Valley
Silicon Valley ya no es la meca de la innovación, es un artefacto dedicado a producir productos de inversión, con independencia de que luego esos productos transformen algo.
La pregunta que hay que hacerse hoy para entender lo que está ocurriendo es ¿cómo es posible que un hedge fund chino haya sido capaz de arrollar, en un año, a todos los grandes actores que competían por la supremacía de la inteligencia artificial? ¿Cómo puede ser que su software sea mucho más barato, más eficiente, más rápido y más potente -y, además, de código libre- y que nadie haya visto que eso podía hacerse hasta hoy? ¿Tiene DeepSeek algo especial, o aparecerán más competidores como éste?
¿Si era todo un logro de la ingeniería tan excepcional, que no estaba al alcance de nadie, cómo puede ser que les haya apaleado a todos una empresa que ni siquiera se dedica a esto como actividad principal, con una parte minúscula de los fondos que han invertido los demás?
Aquí tienes una respuesta que creo que no habrás escuchado en ningún sitio: el CEO y la dirección de todas las demás startups no estaba dedicado a desarrollar la tecnología, porque el modelo de negocio de Silicon Valley ya no es crear tecnología de éxito.
Verás…
Es una historia que hemos oído un millón de veces. En los años 70, una panda de hippies armados con unos pocos transistores crearon la revolución de la sociedad conectada. Desde entonces, Silicon Valley es sinónimo de innovación.
Aunque Internet no comenzó como una iniciativa empresarial, en los años 80 y 90 se tradujo en algunas empresas que cambiaron la manera en la que vivimos, como Apple, Microsoft, Oracle, Intel, Cisco, Sun y HP. Con el tiempo, estas empresas se convirtieron en gigantes de la bolsa americana y grandes fuentes de beneficios para sus accionistas.
Con la excepción de Microsoft, que vendía licencias de software, el modelo de negocio de todas estas empresas no era muy distinto del de un negocio tradicional: vendían cosas físicas, aunque fueran ordenadores, microchips o servidores.
Hubo después otra generación de empresas que lideró Google y que marcó un cambio fundamental en los modelos de negocio. Google no vendía hardware ni software, sino que ofrecía un servicio online. Inicialmente, se enfocó en las búsquedas, pero con el tiempo amplió su oferta. Este modelo tenía una particularidad revolucionaria: para tener éxito, debía servir a una base masiva de usuarios, aunque solo una pequeña fracción de ellos pagara por sus servicios.
A diferencia de HP, cuyos únicos clientes eran quienes compraban sus productos, Google tenía usuarios: todos aquellos que utilizaban su herramienta, independientemente de si pagaban o no. Esta idea era radicalmente distinta al modelo tradicional, donde las empresas solo se preocupaban por atender a sus clientes de pago.
Es una obviedad que a Google le fue muy bien. Para emular ese triunfo se popularizó la noción de que, en la economía digital, el camino al éxito no dependía exclusivamente de los ingresos inmediatos, sino de lograr "tracción": atraer a una gran cantidad de usuarios, aunque estos no generaran ingresos en un primer momento para después, una vez que se dominaba un mercado, “monetizar” o “convertir” usuarios en clientes.
En la década de 2010, otra hornada de empresas como Airbnb, Uber, Facebook o Linkedin prometió repetir la jugada. Una generación de compañías que nació dando pérdidas pero que supo convencer al mundo de que en unos años lo iban a cambiar todo, como había hecho Google. Y ahí empezarían a dar locos beneficios.
Algunas de estas compañías hicieron lo que prometían. Otras siguen dando pérdidas 15 años después. Uber tuvo beneficios por primera vez en 2024, después de 15 años de operaciones. Airbnb en 2023. En todo caso, los minúsculos beneficios no dan para justificar el valor de sus acciones, pero ahí siguen.
El caso es que esto cambió para siempre el modelo de negocio de Silicon Valley. Desde entonces, ya nadie está en desarrollar tecnologías innovadoras que tengan millones de clientes y cobrar por ello. El modelo de negocio de Silicon Valley consiste en convencer a un montón de inversores de que tu startup va a poner patas arriba una industria entera y levantar gigantescas rondas de financiación en el mientras tanto.
La tarea de cualquier CEO en “el Valle” consiste en generar la expectativa de que va a cambiar el mundo, ¡pero no hoy!, porque eso le obligaría a poner en números concretos la medida y el alcance de ese cambio-, sino en unos años. Y por el camino alimentar la empresa con millones y millones de dólares de inversores que piensan tener una ganancia no porque la empresa llegue a tener beneficios, sino porque la valoración va a seguir subiendo y el valor de sus acciones se seguirá incrementando.
Es un modelo que tiene muchas virtudes para mucha gente. Una es que les da a los ingenieros y a quien pone en marcha una startup la posibilidad de embarcarse en cosas muy locas -y muy divertidas- en lugar de estar trabajando en la enésima versión de otra cosa que ya existe. Además, es habitual que una parte de la remuneración de los equipos de estas empresas se de en acciones. De hecho, un tercio de los trabajadores de NVIDIA tiene acciones de la empresa.
Otra es que a los medios les encanta escuchar esas promesas de empresas que lo van a cambiar todo. Desde una que prometía “un mayordomo para el 99%” hasta otras muchas que ofrecían acabar con los supermercados y llevarte la compra a casa o poner tu coche en un sistema que permita a otros usuarios usarlo como si fuera un Airbnb.
La última -y más importante- es que esta lógica ofrece un mecanismo de inversión -o especulación, decidan ustedes- extraordinario en un momento en el que las oportunidades de inversión escasean.
Por esa razón en los últimos años la cotización de los llamados “7 magníficos” de la bolsa americana se ha disparado (Apple, Google, Amazon, Meta, Nvidia y Tesla), se han convertido en un producto perfecto de inversión con inmensas expectativas crecimiento no realizado.

De manera que las startups que tienen éxito no son aquellas que desarrollan mejores aplicaciones, sino aquellas que más éxito tienen convenciendo a los inversores. Y los equipos directivos le dedican mucho más tiempo a seguir buscando inversión para seguir pagando las nóminas y manteniendo la empresa en pie que a desarrollar el producto. Pasan más tiempo con el director financiero que con el director técnico. Sus clientes no son sus usuarios, sino sus inversores.
Por esa razón todas estas compañías llevan meses completamente dedicados a convencer al mundo de que van a producir algo muy potente que todavía no ha llegado mientras su aplicación no había mejorado sustancialmente desde 2022. Por esa razón han perdido de vista que la tecnología que tienen entre manos no tiene nada de exclusiva, sino que nace de la inteligencia colectiva y acabará siendo un universo de código abierto donde lo único que dé dinero sea la creación de aplicaciones concretas para usos particulares.
Estamos viendo una cosa que se venía observando en la pésima calidad de algunos productos de Google en los últimos años: Las startups y las tecnológicas que viven de los inversores en Silicon Valley ya no son las mejores estructuras para producir tecnologías disruptivas. ¡Están a otra cosa!
Silicon Valley ya no es la meca de la innovación, es un artefacto dedicado a producir productos de inversión, con independencia de que luego esos productos transformen algo. Y en ese sentido les va fenomenal: solo en esto de la IA generativa pretendían levantar un billón de dólares en inversiones, hasta que llegó Donald Trump y prometió otro medio billón del gobierno americano.
La consecuencia es una inmensa burbuja en la valoración de las tecnológicas que se viene larvando desde hace 20 años. Y que tiene muchas papeletas para pinchar en los próximos días.
Y es que no hay nada en DeepSeek que no pueda emular -y que no vaya a emular, con toda seguridad- otro equipo de ingenieros en otro lugar del mundo en los próximos meses y años.
A ver cómo se lo cuentan a los inversores…
La explicación será un magnífico ejercicio de story telling obviando el elefante en la habitación claro. Luego, el último, ya pagará la cuenta… aunque me temo un gran sinpa.
Gran análisis, de acuerdo en todo
Muchas gracias!