Fulanito era un tipo normal, de los que les gusta viajar, el aire libre, salir a tomar algo y los deportes. Cuando nació, su vida ya estaba decidida. Como todos los demás tipos normales, Fulanito iba a tener un trabajo, una casa, una mujer, unos hijos, unas obligaciones, unas alegrías, unas rutinas, unos amigos y unas historias que contar en el bar al final del día. Sin necesidad de ser nadie, Fulatino iba a ser alguien.
Lo iba a pagar, claro que sí, con su esfuerzo. Esa declaración diaria de adhesión al mismo sistema que le ofrecía escapar del miedo que habían tenido sus padres a la pobreza y a la guerra.
Como lo del miedo al hambre se pasa relativamente rápido cuando uno siempre tiene un plato en la mesa, habría también un bonus para Fulatino cada pocos años, para que no desfalleciera: comprar una casa cuando se fuera de la de sus padres, luego un coche, luego otro, mandar a los hijos a un concertado, ascender en el trabajo, comprar otra casa para las vacaciones, luego otra para alquilar, ir un año a Disneyland, otro a Nueva York, volver a ascender y al final jubilarse con la misma mujer con la que se había ido de casa y saber que le iba a cuidar el resto de su vida. La vida era como un videojuego en el que al final de cada nivel había un mini-boss. La gamificación era eso.
Y estaba todo clarísimo, hasta que en 2008 murió el sueño de Fulanito. Y, lo que es peor, ¡es que nadie se lo dijo!. Ni a él ni a nadie. En las primeras décadas del siglo murió esa idea de que iba a haber un lugar para todos los fulanitos del mundo, sin más, por existir, pero no hubo obituario ni nadie lo contó en los periódicos. Seguimos haciendo como si no hubiera pasado, como si fuera a volver el mundo de antes en cuanto volvamos a los “niveles previos a la crisis”.
Los fulanitos que nacieron hasta los primeros años 70 todavía consiguieron zafar. Entre que cuando llegó el 2008 su trabajo ya estaba blindado, que compraron casa antes de la crisis y que a sus mujeres el feminismo les alcanzó demasiado tarde para pensar en volver a empezar, han aguantado el estilo de vida de sus padres -aunque haya sido con muchos menos perks- y ya avistan la jubilación. Menos da una piedra. No meneallo.
Pero los fulanitos que tienen hoy entre treinta y tantos y cincuenta. Esos son nuestro canario en la mina. Aunque no entiendan qué es lo que ha muerto exactamente en su vida, no se les puede escapar que el cadaver apesta.
Esos fulanitos hoy pululan las apps de citas proclamando que ellos solo son un tipo normal, buscando una -otra- chica que les cuide. ¡Como si esa fuera una propuesta de valor para alguna mujer en 2024!. Se hacen un CV igual que el de todos los demás fulanitos y lo mandan a destajo por Linkedin esperando que saltar de un trabajo a otro les de esa dosis de aventura que no encuentran en ningún otro sitio: “Licenciado en ADE, Master en comercio internacional”. O despotrican en Twitter. O entrenan para la media maratón. Si nada lo remedia habrá, antes de que lleguen a los 70, otro ciclo económico que dará con sus huesitos en el paro, demasiado tarde para todo.
Fulanito lo sabe y por eso está enfadado. Y aterrado. Por eso a veces piensa en atarse al palo mayor y hacer oposiciones. O se queda como está, aunque esté mal.
Y, mira, igual se lo merece. Para todas y todos los que no somos hombres, blancos, cis, hetero -o sea, para la inmensa mayoría- eso que Fulanito entendía que era lo normal, era un privilegio que no estaba al alcance de nadie más.
La combinación del colapso del modelo industrial y el ascenso del feminismo producen un double-dip para Fulanito. Mientras los colectivos que tradicionalmente han sido discriminados hemos visto mejorar nuestras vidas sensiblemente en los últimos años, la suya va a peor por lo macro y por lo micro.
Por eso en determinados círculos progresistas, ilustrados, urbanos, no vivimos con tanta brutalidad el fin del sueño del siglo XX. Pero no se nos puede escapar que gran parte de las razones del trágico fin del sueño de Fulanito serán pronto las razones del fin del sueño de todos los demás. Que las condiciones de vida de muchas hayan mejorado sensiblemente en los últimos años, por la vía de la reducción de la desigualdad de género o de la discrimación, no puede empañar que hace años que murió el modelo social sobre el que hemos construido una sociedad entera. Nuestro modelo de sociedad giraba en torno a la ilusión de que todas tendríamos, un día, las mismas oportunidades que un fulanito.
Cualquiera que haya nacido después de 1980 sabe que la vida de hoy se parece mucho más a los juegos del hambre. Como decía Aute hace muchos años, Ahora que ya no hay trincheras / el combate es la escalera / y el que trepe a lo más alto / pondrá a salvo su cabeza.
Todas las que no nos podemos creer que la idea del futuro sea ponernos individualmente a salvo, deberíamos darnos cuenta de que no hay vuelta atrás. No hay un glorioso pasado industrial al que podamos regresar. Ni el liberalismo va a traer una sociedad de las oportunidades para todos. Ni por la izquierda, ni por la derecha, no volverá el sueño de Fulanito. Ni el de la socialdemocracia. La única salida es hacia adelante.
La tarea del siglo XXI es volver a imaginar, pensar en un futuro nuevo, en una promesa inédita y compartida que todavía no tenemos. Una promesa que va a requerir de todas las inteligencias y una nueva escala de valores del siglo XXI.
Este blog va de esto. Mi intuición es que esa nueva promesa pasa por reclamar todas las cosas que la cultura de los millennials ha hecho abundantes, pero esto da para muchos otros posts.
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Aunque solo sea para que no se hunda en el asfalto / La belleza.
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