En estos días de mayo se cumplen 4 años desde que implantamos en La Francachela la jornada laboral de 4 días. Ha sido alucinante observar la velocidad a la que una idea, que parecía un disparate se ha hecho hueco, no solo en la opinión pública, también en la agenda del gobierno para los próximos años.
Pero tengo que decir que a veces me siento un poco incómoda con la traducción que se hace de esta iniciativa en la política. Parece que una idea que es buena no solo para los trabajadores, sino también para las empresas, se vuelve de pronto una medida paliativa de los desmanes del mercado de trabajo: tenemos que trabajar menos porque estamos cansados, porque trabajamos demasiado, porque no podemos más.
La última versión de este razonamiento la he visto en este cartel que publicaba Sumar haciendo una broma con los días de reflexión que se cogió Pedro Sánchez.
Según esta visión, la razón por la que hay que trabajar menos es para descansar. Como si trabajo y descanso fueran las dos caras de la moneda. El trabajo es el capitalismo y el descanso es la vida y son dos fuerzas en oposición. Hay que trabajar menos, para vivir mejor. Pero esto es tanto como decir que tenemos que cantar menos para respirar mejor. No son dos cosas comparables. Descansar, como respirar, es una acción consultancial a la vida, no la cara B del trabajo.
Y es que lo contrario del trabajo no es el descanso, es el juego.
Se observa claramente si definimos bien qué es cada una de estas cosas. El trabajo es todo lo que hacemos con una motivación extrínseca: por dinero o por obligación. El juego es todo lo que hacemos con una motivación propia: como explorar, aprender, crear o amar. Descansar sería, entonces, una actividad paralela a ambas facetas de la vida, no su opuesta.
Pero rara vez, cuando se habla de la semana de 4 días, se avanza en todas las posibilidades que podrían ocurrir si trabajásemos menos: que estudiásemos más, o que viajásemos más, o que montásemos más empresas, o que nos hiciéramos todos artistas, o profesores, o que tuviésemos más hijos, o más amigos.
A veces tengo la sensación de que sentimos que imaginarnos un mundo mejor es una especie de traición a la gravedad de las cosas. Como si fuera obligatorio estar enfadado e imaginar se hubiera convertido en anatema.
Sea como sea, no somos capaces ni de imaginar ninguna otra actividad a la que dedicar la vida que no sea el trabajo. Esta lógica permea a otras áreas de la política y se puede observar hasta en las propuestas de ciudad que hacen las organizaciones progresistas. La llamada Ciudad de los 15 minutos, que tiene muchas cosas buenas, no deja de ser una idealización donde hay mucho de descanso, pero ni rastro de otras actividades imaginadas.
Y así es como este cartel de Sumar se queda cortísimo. El descanso, enunciado de esta manera, en realidad forma parte del mismo orden de cosas que el trabajo: hay que estar descansado para seguir produciendo. La reducción de jornada es una medida paliativa porque “necesitamos unos días” para volver a trabajar. No explora ningún otro horizonte.
Pero no tendría por qué ser así. Podría haber una sociedad donde la dedicación fundamental de la gente fuera jugar. Ahora más que nunca, cuando la tecnología puede hacerse cargo de casi todas las cosas que teníamos que hacer hace 100 años por obligación. Nada nos separa, salvo nuestras propias limitaciones, de un mundo donde uno obtenga reconocimiento y valor social por cómo juega, y no por cuánto trabaja.
Una sociedad… ¡infantil!, pero en el mejor de los sentidos. Donde, como en el patio del colegio, los que más éxito tengan sean los que mejores juegos se inventen y los que sean más divertidos y más capaces de emocionar y arrastrar multitudes a jugar.
Esto ya ocurre, en algunos ámbitos. Si algunas personas han conseguido medio escapar del sistema, ha sido teniendo algo que llamamos “trabajos” pero que son, en realidad, formas de juego: los artesanos que crean, los profesores universitarios que exploran campos de la ciencia, los hackers, los periodistas y muchos profesionales creativos. También las personas que emprenden una empresa o que ponen en marcha un proyecto están en las coordenadas del juego.
La tarea es que esta forma de vivir se extienda y no se limite a unos pocos, que llegue a todo el mundo. Para esto, y no para descansar, sirve la semana de 4 días.
Muchas gracias, buen artículo sobre un tema que me encanta desde que descubrí "Le droit à la paresse" de Paul Lafargue. Además, trabajo en una empresa especializada en proyectos de ocio, y hace unos años propuse la frase "donde el negocio no es la negación del ocio" como lema, pero les pareció demasiado enrevesado (jajaja). Hemos probado con la semana de 4 días, funcionó muy bien, pero tenemos tanto trabajo que hemos tenido que volver a trabajar los viernes