La vivienda y el nuevo feudalismo
Cuanto más cara sea la vivienda, menos buenos puestos de trabajo habrá.
Llevo unas semanas dando la tabarra a muchos amigos y amigas con una teoría que había estado larvando muchos años, pero no me había atrevido a escribir hasta ahora.
La idea, contada muy rápido*, es que la economía ha cambiado por completo en los últimos 20 años, pero no lo vemos, porque seguimos insertos en el relato del siglo XX. Esta incongruencia entre lo que ocurre y lo que nos contamos es la reponsable de muchos de los malestares del mundo contemporáneo… y de la confusión de las organizaciones progresistas. Entender lo que está ocurriendo nos permitiría cambiar el rumbo y encontrar un horizonte de vida buena para la mayoría de las personas que ahora mismo, francamente, no tenemos.
Todavía en 2024, nos seguimos imaginando la economía como un conjunto de tres cosas: a) empresas que producen bienes y servicios, b) trabajadores que aportan su fuerza de trabajo en esas empresas y son compensados por ello y c) clientes que perciben valor en esos bienes y los adquieren.
Esta era la economía del siglo XX y así se reflejaba en el consumo:
Una familia británica de 1985 gastaba el ~15% de sus ingresos en vivienda y el 85% en alimentos, coches, electrodomésticos, ropa y calzado. Cosas que se hacían en esa economía productiva donde había buenos trabajos, buenos salarios y un papel en la sociedad para la inmensa mayoría. El padre de la familia que se compraba una casa en Sussex en 1985 trabajaba en una fábrica donde se hacían sofas. Es el relato que hemos oído contar una y mil veces, al que todavía parece que queremos volver y que en 1985 parecía que coincidía con la realidad.
¿Qué está ocurriendo ahora?
Ahora, la misma familia media británica gasta el 30% de sus ingresos en vivienda y mucho menos en todas esas cosas que se producen en la economía productiva.
En España es muy dificil encontrar estadísticas de la misma calidad, pero las que hay dicen una cosa muy parecida. En 1995 las famililas dedicaban el 15% de sus ingresos a la vivienda, mientras que ahora es el 30%.
Parece un tema de precio, no? La vivienda ahora es el doble de cara que antes. Duro, pero si te aprietas el cinturón y no te lo gastas en cañas, vas tirando. Y luego te toca la parte buena de tener una vivienda en propiedad que se revaloriza como la espuma y luego otra, y luego otra. Este sigue siendo el relato.
Pero estas cifras no terminan de explicar lo que está pasando. Hay que aportar dos datos más para entender cuánto más nos estamos gastando en vivienda los nacidos en 1985 que los nacidos en 1960.
El primero es el tiempo que se mantienen esos porcentajes. En 1985 una gran parte de la población pagaba su vivienda en 15 años y la compraba al poco de emanciparse (De hecho, hasta los 80 era el 7%). Ahora, muchas personas pagan alquiler y ahorran durante décadas para después, en el mejor de los casos, hipotecarse a 30 años. Así, si consideramos no solo la foto fija de lo que cada familia se gasta al año, sino el coste total para una biografía, resulta que una persona nacida en 1960 dedicó a su primera vivienda seguramente menos del 8% de todos los ingresos de su vida laboral, mientras que un millennial va a dedicar algo así como el 40% de sus ingresos. Cinco veces más. Pero no es esto solamente.
El segundo dato es que en 1985 trabajaban en España en torno al 35% de las mujeres, mientras que hoy trabajan más del 70% (y esta cifra está matizada porque entre las mujeres mayores de 55, la tasa de participación en el mercado laboral sigue siendo mucho más baja).
Así que una familia del siglo XX dedicaba la mitad de sus horas productivas (las del hombre) a trabajar, mientras que las horas de las mujeres cubrían otras necesidades del hogar. Con el 8% de la vida laboral del hombre, se pagaba una vivienda.
Si en lugar de medir el coste de la vivienda solo en dinero, consideramos en su lugar el esfuerzo que tenía que hacer una familia, encontramos que en 1985, con el 4% de los recursos totales de un hogar a lo largo de los años, se pagaba una vivienda. Hoy dedicamos el 40% de los recursos del hogar -las horas de ambos progenitores- a poner un techo sobre nuestras cabezas.
La cifra que da la medida de esta transformación es esa: hoy dedicamos 10 veces más esfuerzo a pagar la (primera y única) vivienda que la generación anterior. De los 40 años de nuestra vida laboral, 16 se van integros a esto. De ambos progenitores.
Hay dos enormes elefantes en la habitación derivados de este cambio.
El primero es que la vivienda ni produce buenos puestos de trabajo, ni buenos salarios, ni un lugar en la sociedad, ni nada. Salvando la pequeña parte que representa la construcción sobre la cantidad de veces que se puede llegar a vender, el resto del gasto actual en vivienda es pura especulación que solo llena bolsillos de inversores improductivos.
Lo voy a repetir por si no ha quedado claro: el 40% de todos los ingresos de la vida laboral de los jóvenes se van a una economía puramente especulativa, que no produce ningún valor.
Mientras, esa economía capaz de producir un buen puesto de trabajo para todos va menguando, porque nos lo gastamos todo en una economía improductiva, en que algunos ahorren e inviertan todavía más. Cada euro gastado en vivienda es un euro que se deja de gastar en la economía productiva. Cuanto más cara la vivienda, menos buenos empleos.
El segundo gran problema es que todo el remanente que los que se hicieron mayores en el siglo XX sacaron de su vida laboral, lo invirtieron en otra y luego en otra. Hemos generado un inmenso andamiaje en el que todo el mundo ha invertido sus ahorros en capital inmobiliario y está esperando sacarle una rentabilidad.
No lo digo yo, lo dice un informe demoledor de Mckinsey sobre la riqueza en el mundo. Dos tercios de la riqueza global “están” en el mercado inmobiliario:
“La riqueza neta se ha triplicado desde el año 2000, pero el aumento refleja principalmente ganancias de valoración en activos reales, especialmente en inmuebles, en lugar de inversiones en activos productivos que impulsan nuestras economías.”
Se ha triplicado la riqueza, pero solo por apreciación de los inmuebles: no hay generación de valor. Es más y más gente metiendo los beneficios de una inversión inmobiliaria, en otra.
¿Y de dónde se saca esa rentabilidad?
De los que todavía no tienen vivienda: o porque pagan alquiler, o porque compran vivienda 5, 8 y hasta 10 veces más cara que lo que la compraron sus propietarios originales.
Así, la economía, desde 2000, se está convertiendo en un enorme sistema feudal que cada vez produce menos valor, pero le cobra todos los meses un alquiler a un montón de siervos que, en el siglo XXI, en lugar de arar la tierra para comer, sirven mesas en un restaurante o hacen contenidos para redes sociales. Pero todo lo demás es igual.
Mientras tanto, un montón de gente joven corre como un ratón en una rueda de hamster. Ven que hay una vida buena al otro lado de la propiedad de la vivienda, ven el espejismo del relato del siglo XX, y no dejan de correr, queriendo llegar al otro lado.
Pero no hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. La buena vida que viven nuestros padres solo fue posible porque entre el año 1981 y 2007 se construyeron el 30% de todas las viviendas del país. Y se vendieron por dos pesetas, construyendo todo el suelo disponible, incrementando el dinero en circulación en todo el mundo hasta unos extremos disparatados y con unas deducciones del 15% que costaron, probablemente, más que toda la inversión en universidades en ese mismo periodo. Los años previos a la crisis de 2008, con sus 700.000 casas finalizadas al año, esquilmaron a un país de uno de sus bienes comunes más valiosos: el suelo en las grandes ciudades.
No hay subida del salario mínimo que compense que la vivienda se siga revalorizando al 10% anual, como ha pasado los últimos 25 años en Madrid. Mientras tanto, todas estas tendencias no dejan de agravarse con la entrada de inversores profesionales en el sector que todavía suben más los precios y que sacan viviendas de la oferta para convertirlas en activos hoteleros.
No hay vuelta atrás.
Una agenda política progresista tiene que dejar de mirar para otro lado y enfrentar el expolio al que están siendo sometidas las generaciones que no llegaron a comprar antes de 2007. Tanto si es por la vía del alquiler, como de la compra de inmuebles que multiplican por mucho lo que pagaron los compradores originales. La brecha generacional no tiene que ver con las pensiones, tiene que ver con el reparto del capital de un país.
Lo contrario nos lleva a un mundo quebrado, donde una parte de la población sigue viviendo como si estuviéramos en la economía de finales de siglo XX, con su sueño de una democracia de propietarios, con buenos trabajos blindados y buenas condiciones, y la otra mitad se deja, literalmente, la vida, siendo la fuente de rentabilidad de los primeros.
La economía, cada vez más, consiste en estas tres otras cosas: a) propietarios que alquilan (o venden, en realidad da igual) viviendas, b) jóvenes que pagan alquiler o hipotecas desmesuradas hasta el último aliento a costa de jugar a los juegos del hambre en una economía productiva cada vez más disminuida.
» La próxima semana, 10 medidas para intervenir el mercado inmobiliario que no tienen que ver con el precio de los alquileres.
* Si te interesa la idea, tengo un texto mucho más largo sobre ella. Como no está terminado no lo voy a publicar aun pero, si me escribes, te lo envío.
Un análisis muy interesante. Hay una parte clarísima de burbuja especilativa, pero me pregunto hasta qué punto el crecimiento de la población y del desarrollo económico (sobre todo en Asia) también influyen en esta dinámica.
Gran blog sigue así.